No es lo mismo soldadera que soldada.
La soldadera sólo puede figurar en las columnas gruesas. En las columnas volantes, la soldadera necesita masculinizarse completa mente en lo exterior y en lo interior: vestir como hombre y conducirse como hombre; ir a caballo, como todos, resistir las caminatas y a la hora de la acción demostrar con el arma en la mano que no es una soldadera, sino un soldado […] La auténtica soldadera es la que va en las columnas pesadas, sin perder su carácter de mujer, de esposa, de madre y hasta de víctima.
Martha Eva Rocha Islas
Aunque mi sexo no es propio
El Coyote corrido de la Revolución
para ejercitar las armas,
cambié por este uniforme
desde hace tiempo mis faldas;
y me he jugado con gusto
la existencia en las campañas.
Toda mi gente, señor,
ha seguido su bandera,
su valor me ha hecho alcanzar
el grado de coronela;
es valiente y atrevida,
es franca, amable y sincera;
Nunca en las luchas pasadas
puso pies en polvadera;
no traigo ningún traidor
ni el hambre nos desespera,
cuente con ella y con mi alma
para conquistar la tierra.
Yo me levanté en armas por simpatía a la Revolución, el 3 de marzo de 1913, en las minas de Pánuco, Coahuila. Tenía yo entonces 15 años, mi esposo Isidro Cárdenas que después fue capitán constitucionalista, era entonces ayudante de mecánico en las minas y ya me había manifestado sus deseos de incorporarse a la revolución.
Miguel Gil, “Mujer subteniente, valerosa y fuerte, luchó con las armas en la mano en las filas de la Revolución”, La Prensa, 30 de diciembre de 1932.
Yo le dije: —Mira Isidro yo quiero mejor empuñar las armas que seguirte como soldadera. Recuerdo muy bien el gesto de sorpresa que hizo mi marido al oírme hablar de tal modo, pero no hubo remedio […] Para pronto me facilitaron ropa de hombre, mi carabina y un caballo y seguí en la campaña hasta el 24 de marzo de 1916 en que causé baja en Soledad, Veracruz.